Es algo largo y no es mío.... pero me lo he encontrado por ahí, y me he sentido identificado.
un saludo.
En nombre de los últimos.
《 Efectivamente ,
hay un grupo de ciclistas que pertenecemos a una estirpe muy especial: Los últimos.
Casi siempre vamos ahí, por detrás,
muy cerca del tipo que pone la organización para cerrar la carrera, el voluntario que va recogiendo la cinta que marca el recorrido y limpiando los restos de basura que dejan los que van delante.
Nos gustaría estar más arriba pero
no podemos.
Somos los últimos, una tribu, una especie que no vive en peligro de extinción porque siempre estaremos ahí.
Con un porcentaje de grasa corporal por encima de lo recomendable, con menos horas de entrenamiento de las que dictan los manuales y el sentido común, con más edad de lo aconsejado por el médico para meterse la paliza de un maratón de MTB y con una morfología física alejada de un Zugasti o un Hermida.
Hagamos lo que hagamos, podremos evolucionar pero seguiremos siendo inevitablemente lentos.
Qué le vamos a hacer...
Nuestras costumbres, las de los últimos, también son diferentes a las del resto.
Que nos gusta el paisaje! pues nos paramos a hacer una foto, en los avituallamientos, nos acodamos en la mesa como si estuviéramos en la barra de un bar, sin prisa, y comentamos la jugada con el voluntario de turno. "Póngame otro isotónico. Oiga, ¿no tendrá por ahí el Marca?".
Somos lentos pero no somos tan malos. Si alguien necesita ayuda en carrera, nos detenemos y ayudamos sin mirar el reloj, hasta que el compañero se pone en marcha o llega el médico.
Si hay que compartir una barrita, se comparte; si queda un último gel y hay que dárselo al necesitado, se le da...
Nuestro porcentaje de abandonos es casi nulo.
Tenemos una asombrosa capacidad de recuperación para pensar en la siguente carrera cuando acabas de cruzar la meta... de los últimos, por supuesto.
Nunca desdeñen a un ciclista por muy atrás que vaya en una carrera.
A falta de velocidad y pericia, tenemos otras facultades.
Por ejemplo, una cabeza privilegiada para salir de esa zona oscura en la que a veces te mete la fatiga.
O una habilidad especial para pasar los cortes antes de que te echen de la carrera.
Y entre una carrera y otra seguiremos repitiendo la misma rutina que jamás nos sacará de los puestos de cola.
No respetamos los más mínimos principios dietéticos, entrenaremos seis días una semana y ninguno la siguiente, nos presentaremos en la salida sin haber pisado el monte para hacer siquiera una sesión por falta de tiempo, pereza o cualquiera de las mil excusas de las que echar mano.
Nuestro optimismo nos lleva a pensar que seremos capaces de acabar entrenando en la bici estática.
Somos los últimos pero somos tan necesarios en las carreras como los primeros.
Al fin y al cabo, sólo nos separa un parámetro: la velocidad.
En el resto, somos iguales.
Pasamos por los mismos sitios, subimos los mismos metros de desnivel, bajamos por el mismo infierno y atravesamos por esos mismos estados de felicidad y miseria tan asombrosos en las pruebas de largo aliento.
Hay, entre los primeros y los últimos,
un respeto casi reverencial.
Nosotros sabemos que ellos son
dioses y ellos saben lo que nos cuesta a los últimos cruzar la meta.
Por eso nunca les falta un gesto de reconocimiento si están por allí cuando llega un cadáver andante de nuestra tribu.
Somos un club abierto, sin papeleos
ni trámites.
Se admiten socios.
Simplemente, estamos ahí y hoy aprovecho esta tribuna para erigirme
en portavoz de todos ellos.
Somos los últimos.
Y a mucha honra.
un saludo.
En nombre de los últimos.
《 Efectivamente ,
hay un grupo de ciclistas que pertenecemos a una estirpe muy especial: Los últimos.
Casi siempre vamos ahí, por detrás,
muy cerca del tipo que pone la organización para cerrar la carrera, el voluntario que va recogiendo la cinta que marca el recorrido y limpiando los restos de basura que dejan los que van delante.
Nos gustaría estar más arriba pero
no podemos.
Somos los últimos, una tribu, una especie que no vive en peligro de extinción porque siempre estaremos ahí.
Con un porcentaje de grasa corporal por encima de lo recomendable, con menos horas de entrenamiento de las que dictan los manuales y el sentido común, con más edad de lo aconsejado por el médico para meterse la paliza de un maratón de MTB y con una morfología física alejada de un Zugasti o un Hermida.
Hagamos lo que hagamos, podremos evolucionar pero seguiremos siendo inevitablemente lentos.
Qué le vamos a hacer...
Nuestras costumbres, las de los últimos, también son diferentes a las del resto.
Que nos gusta el paisaje! pues nos paramos a hacer una foto, en los avituallamientos, nos acodamos en la mesa como si estuviéramos en la barra de un bar, sin prisa, y comentamos la jugada con el voluntario de turno. "Póngame otro isotónico. Oiga, ¿no tendrá por ahí el Marca?".
Somos lentos pero no somos tan malos. Si alguien necesita ayuda en carrera, nos detenemos y ayudamos sin mirar el reloj, hasta que el compañero se pone en marcha o llega el médico.
Si hay que compartir una barrita, se comparte; si queda un último gel y hay que dárselo al necesitado, se le da...
Nuestro porcentaje de abandonos es casi nulo.
Tenemos una asombrosa capacidad de recuperación para pensar en la siguente carrera cuando acabas de cruzar la meta... de los últimos, por supuesto.
Nunca desdeñen a un ciclista por muy atrás que vaya en una carrera.
A falta de velocidad y pericia, tenemos otras facultades.
Por ejemplo, una cabeza privilegiada para salir de esa zona oscura en la que a veces te mete la fatiga.
O una habilidad especial para pasar los cortes antes de que te echen de la carrera.
Y entre una carrera y otra seguiremos repitiendo la misma rutina que jamás nos sacará de los puestos de cola.
No respetamos los más mínimos principios dietéticos, entrenaremos seis días una semana y ninguno la siguiente, nos presentaremos en la salida sin haber pisado el monte para hacer siquiera una sesión por falta de tiempo, pereza o cualquiera de las mil excusas de las que echar mano.
Nuestro optimismo nos lleva a pensar que seremos capaces de acabar entrenando en la bici estática.
Somos los últimos pero somos tan necesarios en las carreras como los primeros.
Al fin y al cabo, sólo nos separa un parámetro: la velocidad.
En el resto, somos iguales.
Pasamos por los mismos sitios, subimos los mismos metros de desnivel, bajamos por el mismo infierno y atravesamos por esos mismos estados de felicidad y miseria tan asombrosos en las pruebas de largo aliento.
Hay, entre los primeros y los últimos,
un respeto casi reverencial.
Nosotros sabemos que ellos son
dioses y ellos saben lo que nos cuesta a los últimos cruzar la meta.
Por eso nunca les falta un gesto de reconocimiento si están por allí cuando llega un cadáver andante de nuestra tribu.
Somos un club abierto, sin papeleos
ni trámites.
Se admiten socios.
Simplemente, estamos ahí y hoy aprovecho esta tribuna para erigirme
en portavoz de todos ellos.
Somos los últimos.
Y a mucha honra.